Año 7 / Edición XXXVIII / Comodoro Rivadavia / 13-09-2021 / ISSN 2422-7226
Por Daniel Marques, con intervención del equipo editor del Observador Central
Cuando la estupidez impera y la banalización del pasado es una herramienta más para sostener el autoritarismo cultural.
Se abre un escenario muy peligroso cuando el fundamentalismo más retrógrado y el falso progresismo más hipócrita se encuentran y comienzan a hacer desastres queriendo lavar sus culpas, buscando «chivos expiatorios» y queriendo modificar el pasado a los ojos del presente (anacronismo al por mayor). Hemos visto mucho de esto en los últimos tiempos y sigue avanzando la escalada, cada vez más parecida a la quema de libros realizada en 1933 por los nazis de Alemania en el marco de la «Acción contra el espíritu anti alemán»; a las acciones de expurgo y limpieza espiritual de la inquisición española; o a las destrucciones de edificios y monumentos históricos perpetradas por ISIS y los talibanes islámicos en Asia y Medio Oriente. Parece que la razón, la tolerancia, el pluralismo, la multiperspectividad ya no tienen valor y ahora se quiere instalar el discurso único y la visión monolítica sobre las cosas (en una perspectiva muy cercana al peor fascismo y al autoritarismo cultural). No me parece la mejor manera de crear conciencia crítica, potenciar la comprensión integral del pasado, empoderar a los excluidos e invisibilizados y promover una construcción democrática de nuestro mundo… Negar, eliminar, prohibir, censurar, impugnar, no es la mejor herramienta para pensar, reflexionar, reveer, aprender, entender y contextualizar… más bien creo que lleva a todo lo contrario…
Polémica: Quemaron miles de libros de Tintín, Astérix y Lucky Luke por racistas en escuelas de Canadá (Clarín, 11/09/2021).
Un consejo de 30 colegios católicos les cuestiona difundir “estereotipos negativos sobre los aborígenes”. La quema de casi 5.000 libros en escuelas de Canadá, entre ellos cómics de Tintín, Astérix y Lucky Luke, por considerar que propagan estereotipos sobre los indígenas, ha reabierto el debate sobre si estas historietas antiguas caían en el racismo y deberían ser ahora prohibidas o modificadas. Radio Canadá desveló esta acción de «purificación por las llamas», que ocurrió en 2019 y que fue adoptada por el Consejo Escolar de una treintena de escuelas católicas francófonas de Ontario, como un «gesto de reconciliación con las Primeras Naciones». No es la primera vez que estos relatos se enfrentan a acusaciones de racismo. Los cómics de Astérix, por ejemplo, han experimentado modificaciones en la representación de personajes negros (rebajando el color y el tamaño de sus enormes labios rojos) al ser reeditados en Estados Unidos en 2020, según afirmó la editorial Papercutz.
Otras demandas y cuestionamientos
Por su parte, «Tintín en el Congo» fue llevado a los tribunales en Bélgica por un ciudadano congoleño que reclamó, sin éxito, restricciones a la distribución de la obra. La demanda fue desestimada por una sentencia que descarta que el contenido de la obra pudiera ser considerado «racista» en el contexto de su época. «El cómic no era racista en 1931 (cuando fue publicado por primera vez), aunque sí pueda serlo a la luz de la mentalidad actual», explicaba el abogado defensor de la editorial.
Canadá está inmersa en un proceso de enfrentamiento con su pasado racista y con el genocidio cultural que practicó con sus habitantes originarios, y que incluye el reciente descubrimiento de los restos de centenares de niños indígenas canadienses en una antigua residencia escolar en el que los aborígenes fueron internados a la fuerza durante casi 80 años. Tampoco aceptó el tribunal incluir, como reclamaba el demandante, un texto de advertencia sobre el contenido, algo que sí ocurre con este cómic concreto en Reino Unido por decisión judicial.
Añadir un mensaje explicativo sobre el contexto histórico es una de las soluciones que se ha encontrado a la lectura o visionado de obras que suponen un choque para la mentalidad actual al reflejar los estereotipos de la época en que fueron concebidas.
Es el caso de la plataforma HBO, que añadió como introducción de «Lo que el viento se llevó» (1939) la explicación de la doctora universitaria y especialista en cine Jacqueline Stewart (Universidad de Chicago). A su juicio, «este drama épico de 1939 debe verse en su forma original, contextualizarse y debatirse».
«El tratamiento del mundo a través de la lente de la nostalgia niega los horrores de la esclavitud y su legado de desigualdad racial», admite esta experta. Pero cree no obstante «importante que las películas clásicas de Hollywood estén disponibles en su forma original».
Del mismo modo, otras compañías como Disney incluyen la etiqueta «este programa se presenta como se creó originalmente, puede contener representaciones culturales obsoletas» en clásicos antiguos que contienen guiños y detalles que bajo la mirada del siglo XXI pasarían por racistas y desfasados.
Es paradigmático el caso de «El nacimiento de una nación» (1915), de D.W. Griffith, una obra maestra por sus logros cinematográficos cuya proyección ha llegado a ser cancelada en varias ocasiones en EE. UU. por glorificar a la organización xenófoba blanca Ku Klux Klan y mostrar a los negros como los malos o los tontos de la película.
Pero no es necesario remontarse a décadas atrás para encontrar ejemplos de racismo en piezas culturales y en los últimos tiempos ha generado controversia, por ejemplo, el uso de términos como «nigger» (negro) por parte de raperos estadounidenses, ajenos a que esta palabra, por su pasado racista, aún hiere a muchos afroamericanos.
Otro ejemplo polémico puede encontrarse en el grupo de rock Guns N’Roses, que omitió de la reedición de 2018 de «Appetite for Destruction» (1987) la canción «One in a Million», en la que el cantante Axl Rose arremetía tanto contra «policías y negros», como contra «inmigrantes y maricones» que iban a su país a «expandir alguna puta enfermedad».