Año 5 / Edición XVI / Caleta Olivia / 5-06-2020 / ISSN 2422-7226
Por: Carolina Di Nicolo, Doctora en Geografía y Flavio Abarzúa, Profesor en Geografía
“La pandemia del COVID-19 nos está diciendo que el sistema de acumulación masiva que rige las economías del mundo y por lo tanto la vida y la salud de la tierra, ha llegado a su punto de inflexión”. Esa reflexión de Fernando Cabaleiro (de la ONG Naturaleza de Derechos) es un buen punto de partida para pensar lo ambiental en el contexto de la pandemia. En principio, nos lleva a reconocer la necesidad de desplazar lo ambiental desde las perspectivas únicamente ecológicas hacia los procesos de orden social que lo caracterizan y constituyen. Esta no es una tarea fácil, dado que como expresa el sociólogo ambientalista Enrique Leff, nuestra percepción de lo ambiental ha estado dominada por paradigmas que han colonizado las formas del saber.
Toda la discusión política en torno a la crisis ambiental fue un fenómeno que se instaló desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Es el momento en el que comienzan a difundirse los procesos de degradación de las bases naturales del planeta y donde la contaminación y destrucción generadas por la utilización de la energía nuclear con fines bélicos (Hiroshima, Nagasaki) ponen en evidencia la capacidad alcanzada por el ser humano para autodestruirse. Se considera que el gran hito que instaló la problemática ambiental en la agenda pública mundial fue la realización -por parte de la Organización de las Naciones Unidas- de la Conferencia sobre el Medio Humano, celebrada en Estocolmo en 1972. Allí, quedó expresado formalmente que se estaba frente a una crisis ambiental global y que desde ese momento debían iniciarse acciones para superarla. Desde entonces el mundo se viene dando citas para analizar el estado de las políticas, los avances y los retrocesos respecto de la crisis ambiental (Conferencia Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo de Río 92, Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, Conferencia Río +20, por mencionar algunas). Sin embargo, estas conferencias, tratados y convenios rara vez han avanzado en una discusión de fondo que devele los verdaderos orígenes de la crisis ni han pensado las soluciones desde una visión integral. La intensificación de procesos de deforestación, contaminación, degradación, derroche energético, adelgazamiento de la capa de ozono y el aumento de la lluvia ácida son claras evidencias de ello.
Suele ser común concebir el ambiente como el entorno biofísico, que rodea o sirve de escenario a la actividad humana y en efecto, que los problemas ambientales se asocien con lo estrictamente ecológico y desvinculados de los procesos sociales. Lo que se esconde detrás de esa forma de entender lo ambiental es una separación entre naturaleza y sociedad. Esa dicotomía, que se ha instalado fuertemente en nuestros imaginarios, no es más que una construcción histórica y uno de los principios fundantes de la modernidad, donde el progreso de la humanidad se definió como el dominio total del “hombre» sobre la naturaleza. Esa idea ha contribuido a concebir la naturaleza como una exterioridad, que puede ser intervenida y apropiada a favor del capital. En otras palabras, una naturaleza que puede ser controlada socialmente por medio de leyes, instituciones y estructuras organizativas.
Pese a esas concepciones, aún dominantes, sabemos que es imposible referirse a lo ambiental en los términos señalados. El ambiente es humanizado, existe como tal en cuanto la acción humana le da identidad, es una construcción de carácter social e histórica. Los problemas ambientales no pueden ser vistos entonces como alteraciones ecológicas o biológicas, pues se ha puesto en evidencia que el punto de origen de la creciente crisis ambiental está anclado en los procesos sociales que guían las decisiones sobre el manejo del ambiente.
Es de público conocimiento que la pandemia vinculada al COVID-19 se ha propagado por diversos países del mundo, situación que llevó a que éstos reaccionaran con una serie de medidas, entre ellas el distanciamiento y aislamiento social. Esto ha dejado al descubierto, además de una terrible desigualdad social, ciertas evidencias en relación a la cuestión ambiental que nos interesan destacar. Uno de los datos más llamativos es la disminución de las emisiones de dióxido de nitrógeno (emitido por vehículos, plantas de energía e instalaciones industriales), y de dióxido de carbono (liberado al quemar combustibles fósiles como el carbón). Esto ha sido evidente en los primeros meses del año y guarda una estrecha relación con las semanas de cuarentena que se han estipulado en distintos momentos en los países más afectados. En lo que refiere al dióxido de carbono en China (país donde se inició la pandemia), las emisiones del mismo disminuyeron al menos un 25% debido a las medidas para contener el coronavirus, según el Centro de Investigación sobre Energía y Aire Limpio (CREA), una organización que investiga la contaminación del aire.
Por su parte, la notoria reducción en las emisiones de dióxido de nitrógeno en las principales ciudades del gigante asiático fue registrada en las imágenes satelitales publicadas por la NASA y la Agencia Espacial Europea. Según CREA la caída en la producción del acero y el petróleo (“recurso natural estratégico” en el actual modo de producción capitalista), así como la reducción del 70% de los vuelos nacionales, contribuyeron a la caída de las emisiones. Uno de los aspectos clave fue la fuerte disminución del uso del carbón en China, que generalmente es utilizado en las plantas de energía e industrias pesadas. Las centrales eléctricas de carbón tuvieron una reducción en el consumo del 36% en febrero de este año en relación a 2019, ante una notoria caída en la demanda de electricidad.
En el caso de Europa los datos aportados por el satélite Sentinel-5P de Copernicus, de la Agencia Espacial Europea, muestran un comportamiento similar en cuanto al descenso de las emisiones de dióxido de nitrógeno. Ello ha sido muy visible en las grandes ciudades europeas como en Milán, París y Madrid, durante las semanas de confinamiento.
En India, uno de los países más poblados del mundo, también se ha observado una disminución en la concentración de agentes contaminantes como el dióxido de nitrógeno que cayó entre un 40% y un 50% en comparación con la misma época del año pasado, especialmente en los grandes centros urbanos como Mumbai y Delhi.
Por su parte, en Argentina se han registrado situaciones similares. La CONAE ha elaborado mapas en base a los datos de dióxido de nitrógeno detectados por el Satélite Sentinel-5P. Los mismos fueron realizados para los conglomerados urbanos más poblados del país, como Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA.), Gran Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza y San Miguel de Tucumán. “Los promedios de las tres semanas previas y posteriores obtenidos de las observaciones diarias muestran que el dióxido de nitrógeno presente en la atmósfera de los centros urbanos más importantes del país, se ha reducido significativamente tras la definición del Aislamiento Obligatorio”, afirmó María Fernanda García Ferreyra, de la gerencia de Vinculación Tecnológica de la CONAE.
La selección del dióxido de nitrógeno como indicador de la contaminación ambiental radica en que es un contaminante atmosférico que se produce cuando el monóxido de nitrógeno emitido por la quema de combustibles fósiles entra en contacto con el oxígeno del aire. Por esta razón, se lo asocia al tránsito vehicular, aéreo y a algunas actividades industriales que se han restringido desde que comenzó el aislamiento social preventivo y obligatorio dispuesto por el gobierno nacional. Además, es un gas asociado al calentamiento global y que genera efectos severos a nivel del sistema respiratorio de la población.
En lo que refiere a la calidad del aire, la Agencia de Protección Ambiental Porteña (Apra) tomó mediciones en CABA y allí también se observaron que los valores de monóxido de carbono, óxido de nitrógeno, dióxido de nitrógeno y material particulado disminuyeron un 50% en relación al mismo período de 2019.
Sumado a estos datos, también se ha evidenciado un mejoramiento de la calidad del agua en los canales de Venecia, Italia. Desde el Instituto de las Ciencias Marinas, aseguran que uno de los motivos es la ausencia de residuos orgánicos generados por los turistas que la visitan anualmente. Asimismo, ello es producto de la ausencia tanto de hélices de barcos (vaporettos) y de taxis acuáticos (lanchas) que remueven los fondos, como de la actividad bacteriana que estaría ligada a la disminución de los residuos orgánicos de la población turista. De manera que tanto la cuarentena como la caída abrupta de la actividad turística significaron una mejora en las condiciones de las vías fluviales de la ciudad. Algo similar sucedió en varias ciudades del Sur- Sureste de España donde la caída del turismo significó una reducción en la circulación vehicular desde la declaración del estado de alerta en dicho país y, como correlato, una mejora en las condiciones atmosféricas por el marcado descenso de las emisiones de dióxido de nitrógeno.
Por otro lado pero en el mismo sentido que lo que se viene señalando, en las semanas de aislamiento social se han registrado cambios de hábitos en la fauna silvestre, con la presencia de animales en ámbitos urbanos producto de la baja actividad humana (menos ruido, menos ocupación humana, menos tránsito vehicular, menor actividad industrial, etc.). En este caso, también se han observado varios ejemplos en diversas ciudades de España, (osos, lobos, machos monteses, pavos reales y jabalíes, entre otros); en India (tortugas verde oliva y delfines); en Israel, (mapaches boreales y patos), ciervos en Japón y delfines en Cerdeña. La aparición de elefantes en la provincia de Yunnan (China) y de los cisnes en los canales de Burano, cercano a Venecia, son algunos de los hallazgos más difundidos.
En nuestro país también se observó la presencia de guanacos en las costas de Puerto Pirámides y en La Hoya, (Esquel), ambas en la provincia de Chubut. En Ushuaia, se observaron zorros y caranchos sobre la costa del Canal de Beagle. En el otro extremo, en el Parque Nacional Iguazú, los coatíes y monos desaparecieron de los lugares que solían frecuentar debido a la falta de turistas que suelen contribuir a su alimentación.
Los ejemplos presentados nos invitan a pensar sobre los ritmos del modo de producción, las formas de explotación de los recursos naturales y el acelerado nivel de consumo de nuestras sociedades. Somos parte de la Tierra y debemos reconocer la finitud de los recursos; por eso es importante que todos los actores (ciudadanos comunes, empresas, Estados, organismos no gubernamentales) nos involucremos en un proceso que concientice que es la sociedad la que construye y destruye sus propias condiciones ambientales.
La paralización de muchas actividades humanas en el contexto de la pandemia y las “mejoras” ambientales que se han observado nos ponen en evidencia que en los problemas ambientales, el ser humano tiene un gran protagonismo, aunque con diversos grados de responsabilidad. Si pensamos esos problemas como la expresión de las acciones de sujetos sociales concretos, no podemos ubicar a la sociedad en un lugar neutro e indiferenciado.
Sin embargo, estos cambios (que han sido mínimos y no han alterado el manejo extractivo de los recursos naturales) podrían ser temporarios si vuelve a intensificarse el ritmo de uso y explotación de los recursos y si se retoma el alto nivel de consumo. De hecho, China ya evidencia un cierto repunte en las emisiones de dióxido de nitrógeno de la mano de la reactivación de industrias y de la circulación vehicular.
Para finalizar, quisiéramos dejar abierta una última reflexión: crisis como éstas producen despertares y develan grandes injusticias sociales. Quizás esta pandemia nos muestra que es necesario un cambio que permita atenuar la degradación de la naturaleza y que nos lleve a reconocer en ella una vida que debe ser respetada. De manera que, aunque suene utópico, esta crisis nos revela que es preciso un equilibrio entre los tiempos que impone la economía en el ritmo de explotación de los recursos y los ciclos que demanda la propia naturaleza para regenerarse de las acciones e intervenciones humanas.
Los autores son docentes universitarios de la Tecnicatura en Planificación Ambiental (Departamento de Geografía, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional del Comahue)
Fuente: Lmneuquen