Año 5 / Edición XXVI / Caleta Olivia / 01-08-2020 / ISSN 2422-7226
Por: Dra. Verónica De Cristófaro
Hay un sentido imperceptible, que puede evidenciar lo que se esconde de una aparente amable visión. Hay partículas que viajan , más allá de lo evidente, de lo que se quiere mostrar, para revelar lo oculto, lo que se quiere esconder, lo que no debería estar.
“Tener olfato”, una expresión que se usa para hablar de la astucia , la sagacidad, de darse cuenta de lo que se oculta en los otros sentidos.
El olfato nos hace diferentes, perspicaces, distintos, simples y primitivos, será por eso que no resulta inocente la decisión de que todos tengamos los mismos olores, o lo que es peor, que se desodoricen ambientes, y pueblos con costumbres culturales populistas.
Esta decisión es en si misma, una decisión política, con complicidades académicas, y del mercado que domina, el rol de la medicalización, o la indiferencia catedrática a la hiposmia o a la anosmia como motivo de consulta.
Hay animales que encuentran el camino a casa a través de los aromas. Olemos diferente ante una situación de peligro, de placer, de valentía, nuestro cuerpo emana olores, y no hay quien reciba esta invisible señal.
¿Cuál es entonces el rol de la medicina en el cuidado del olfato?, ¿por qué hablamos de cosmovisión, y no de cosmo olor?.
Enterramos lo primitivo para dar lugar ¿a qué?. El olfato por su vía neurológica no pasa en primer instancia por un filtro de razón, el pasaje por estructuras neurológicas alejadas de la razón, nos permite evocar, estar, recordar momentos de una manera tangible con los sentimientos.
Ese es el olfato, al cual la ciencias médicas relegaron , y que los pueblos migrantes abdicaron. Como se construye el concepto de los “buenos y malos olores”, que responsabilidad tenemos desde la profesión. La construcción cultural del olfato, las aristas de la discriminación encubierta.