(Año 4/ Santa Cruz/30-09-2019/ ISSN 2422-7226)
La ciudadanía de Puerto San Julián se aproxima a una nueva instancia en la que ejercerá de manera directa su soberanía, eligiendo sus autoridades. Desde la recuperación de la democracia, en 1983, diez veces hemos acudido a las urnas para elegir intendente y/o concejales.
Hemos visto asimismo, la evolución que fueron teniendo las diversas tendencias políticas desde entonces.
El radicalismo, a caballo de la enorme marea alfonsinista de 1983, tuvo sus años de euforia en aquellos tiempos de Arturo Manyare, recordado todavía hoy como un estereotipo del dirigente radical: Buen vecino, excelente persona, respetado y apreciado más por su conducta personal que por sus logros políticos o de gestión. Luego vendrían los dos mandatos de Daniel Gardonio, que a tono con sus tiempos (el menemismo había instalado el “pragmatismo” como forma de gobernar), construyó una estrecha relación personal y política con Néstor Kirchner, que siendo gobernador no dudaba en mencionarlo como “el mejor intendente de la Provincia”, para desconcierto y enojo de sus militantes (los de Kirchner), y con esa palanca logró llevar a cabo una gestión que -según sus seguidores- se caracterizó por la transparencia y el orden; según sus detractores, se caracterizó por la ineficacia y las roscas de comité, y por haber cometido el imperdonable pecado de haber perdido enormes oportunidades de desarrollo, que serían explotadas minuciosamente por el peronismo tiempo después. Nos referimos a la llegada de la minería, ocurrida en medio del mandato de Gardonio. El centenario partido de Yrigoyen y Alem llega a la actualidad entre tironeos internos que aunque estén silenciados por el fragor de la campaña, no han desaparecido en absoluto. La dirigencia radical más tradicionalista, formada en el alfonsinismo, no sabe qué hacer con el inexplicable Eduardo Costa, duramente criticado pero siempre presente en sus boletas, ni con Mauricio Macri y su partido PRO, del que todo radical quiere diferenciarse, pero al que están atados por un acuerdo hecho en las grandes cocinas políticas de las provincias centrales. Todo indica que en esta elección, en las que elegiremos intendente y presidente a la vez, las boletas en que van los candidatos radicales no llevarán la foto de Mauricio, a quien negarán tres veces como Pedro negó a Jesús, presa del espanto. El gobierno nacional y sus aliados, desde las PASO, saben que navegan con viento en contra. Y no es que no se pueda navegar así, sólo que hay que hacerlo zigzagueando (haciendo “piernas” como se dice en la jerga náutica). Y en el zigzag se pierde tiempo, energía, y lo peor de todo: el votante que mira desde lejos, tiene la impresión de que el capitán de ese barco no sabe muy bien a dónde quiere llegar. En esa realidad discepoliana de estar “revolcaos en un merengue, y en un mismo lodo, todos manoseaos” Gardonio es hoy el candidato más importante del macrismo en San Julián para la intendencia, ayudado por los sublemas macristas que lideran sus hoy funcionarios Gonzalo Padín y Raúl Verón, y por el sector de origen peronista liderado por Daniel Peralta, que lleva como candidata a intendente a María Beatriz “Marita” Haro, todos en el mismo lema.
El peronismo, por su parte, llega a esta elección habiendo pasado por un proceso vertiginoso de cambios y reacomodamientos -algunos inesperados- en su dirigencia y propuestas. No es novedad señalar que el partido de Perón fue concebido y creado desde el poder en su momento, y que desaparecido su fundador, su rumbo fue marcado por sucesivos liderazgos que se afianzaron al alcanzar el poder, y se esfumaron al perderlo. En San Julián, tras un breve mandato peronista en el apogeo de los años 50, pasaron más de 40 años hasta que un dirigente de esa tendencia pudo acceder por el voto popular a la intendencia municipal. La gestión de Jimmy Alder, desde lo político, estuvo marcada por los desencuentros entre su concepción peronista “de la primera hora”, y el huracán desatado al interior del movimiento por la llegada de Néstor Kirchner al poder en Alcorta 231. Más allá de la modesta hazaña de lograr un triunfo peronista en aquel pequeño pueblo de 4.200 habitantes que había sido gobernado por radicales durante 40 años, fue sobrepasado por la realidad que empezaba a acelerar los cambios a una velocidad inmanejable para un dirigente acostumbrado a tiempos y prácticas que ya no volverían nunca más. Pero el legado más importante de Jimmy, para el peronismo sanjulianense, fue que demostró que “la maldición” se había roto. Que el radicalismo no era invencible. Así surgió, primero desde una banca de concejal, quien todavía hoy es uno de los más notorios ejemplos de capacidad de construcción política a partir de la nada misma: Nelson “Guri” Gleadell. Con Kirchner gobernando la provincia, Gleadell se alineó desde un principio con su corriente interna (Frente para la Victoria Santacruceña); a pesar de ello, Kirchner no le brindó más que un tibio apoyo protocolar en un principio. Ya hemos dicho que mientras esto sucedía, el intendente era Daniel Gardonio, y Kirchner sólo amaba a los triunfadores; los perdedores podían ser fieles, pero no dejaban de ser perdedores. Gleadell construyó su espacio subiendo los escalones uno por uno, en un ascenso lento y silencioso pero tremendamente eficaz. Así llegó a ser intendente por tres períodos consecutivos, ya con Néstor Kirchner y Cristina Fernández en el gobierno nacional, y en más de una elección los votos que en San Julián cosechaban estos últimos eran menos que los que obtenía Gleadell. La gente que no votaba a los Kirchner sí votaba a Gleadell. Por cierto que -en términos políticos- esto tuvo un costo, además del natural desgaste de una gestión que por más que fuera muy buena tal vez fuera demasiado larga. Las expresiones del peronismo que no respondían a Gleadell no dudaron en aliarse con la oposición y así, fue derrotado en 2015 en medio de acusaciones de corrupción y desfalcos que nunca fueron más allá del micrófono; a la hora de denunciar formalmente y presentar pruebas, no hubo nadie (Gleadell es uno de los pocos -tal vez el único- ex intendente peronista de la Provincia que no está ni tiene ningún ex funcionario procesado en la Justicia).
Al inicio de esta campaña electoral, en el peronismo local se vio el surgimiento de un nuevo dirigente que aspiraba a llegar a la intendencia: el gremialista minero Javier Castro. Con una campaña colorida y ruidosa, obtuvo la adhesión de una importante cantidad de militantes y logró colocar desde su sector a quien será por los próximos cuatro años el diputado por municipio, Nicolás Michudis. Pero un inexplicable error frustró su candidatura. Al cierre de esta edición, esto era un hecho consumado, por lo que sus recursos y protestas judiciales no parecían viables para cambiar su suerte. Esto convierte a Gleadell en el único candidato oficial del lema “Frente de Todos”, o sea el justicialismo. La incógnita a este respecto es qué hará Castro con sus listas de concejales y fundamentalmente con sus militantes, en lo que se refiere al apoyo a los candidatos a intendente. Ha dicho públicamente que sus votos irán para cualquiera “menos para Gleadell”. Aunque no explica cómo hará para impedir que cada uno de sus adherentes (ciudadano y soberano al fin) ejerza a solas en el cuarto oscuro su sagrada libertad de conciencia.
También aparece en el horizonte, como interesante experiencia, la postulación a la intendencia de Rafael Navarro, ex concejal ligado al massismo y que lleva una lista de concejales que se caracteriza porque -siendo él mismo pastor evangélico- varios de sus integrantes también lo son. Y una saludable novedad, la postulación como candidato a intendente de Pablo Salazar, por el Frente de Izquierda de los Trabajadores, expresión política “antisistema” que encuentra así su lugar en el sistema.
En este panorama, el votante debe decidir si pondrá a gobernar la ciudad a un intendente alineado con el macrismo, teniendo en claro que tanto el diputado por municipio como el gobierno provincial (y tal vez el nacional) serán de signo contrario, o a un intendente alineado con el poder provincial y probablemente el nacional. Ambas experiencias las hemos tenido. Será cuestión de memoria por un lado y visión de futuro por el otro.
Por Eduardo Díaz Razmilich