Año 5 / Edición XXXX / Caleta Olivia / 01-12-2020 / ISSN 2422-7226
Este año, tuvimos muchos interrogantes dando vueltas en nuestras cabezas mientras habían fallecidos y contagiados por COVID. Uno de mis grandes interrogantes es: ¿de qué sirve tenernos encerrados y coartados de nuestras libertades? Y allí, empecé a indagar en el tema.
La Organización Mundial de la Salud no apoya las cuarentenas como el principal medio de control del virus. Hay epidemiólogos que sugieren dejar que la gente joven esté afuera y que los mayores se queden en sus casas generando la llamada “inmunidad de rebaño”. Haciendo que los jóvenes, y las personas de menos de 50 o 60 años se mezclen, y decirles a las personas grandes y con condiciones médicas preexistentes que se queden adentro. Así se puede obtener bastante rápido la inmunidad en el país.
Por su parte, el epidemiólogo sueco Johan Giesecke, quien es el arquitecto de la estrategia de su país frente al coronavirus, asegura que un confinamiento suave es el camino correcto.
¿Pero…que sucede con Caleta Olivia? Meses de confinamiento, una crisis social y económica que se agudiza. Comercios que deben cerrar sus puertas, familias enteras que quedan sin sustento ni comida, datos pocos concretos y cada vez más fallecidos por COVID. Evidentemente la cuarentena no estaría funcionando.
Especialistas en el tema afirman que, en las fases tempranas de una epidemia, puede parecer razonable intentar contener la situación a través de la implementación inmediata y rápida de medidas de distanciamiento social, para luego reducir su intensidad si la evidencia demuestra que quizá estas fueron exageradas.
Las restricciones graduales, ejecutadas con firmeza y transparencia, tienden a funcionar mucho mejor que las medidas extremas, en particular tratándose de la cooperación de la población, la cual es de especial importancia para manejar las epidemias de manera adecuada en nuestro mundo interconectado y globalizado.
Aún no sabemos cuándo nos liberaran de este confinamiento, pero si de algo estamos seguros es que hoy, los pobres son cada vez más pobres, los que no era pobres, hoy lo son y los que tenían una posición económica buena, cada día se vuelven más cercanos a la pobreza. Así que vuelvo al interrogante: ¿a quién le sirve tenernos encerrados? El gobierno tiene una imagen en caída estrepitosa, los centros de salud (en lo que nunca se invirtió) están abarrotados con trabajadores agotados y la población pide a gritos libertad.
En conclusión, solo me viene una vieja frase a la cabeza: “Hay dos eses, sensibilidad y sentido común, que deberían ser obviedades, que deberían casi darse por hechas, pero por desgracia son valores cada vez más escasos.”