(Arqueólogo Carlos Aschero)
En esta segunda entrega el destacado científico nos ilustra acerca del uso y aprovechamiento de las formaciones rocosas que cobijaron parte de la vida de los cazadores prehistóricos de la Patagonia en la Cuenca del Río Pinturas en Santa Cruz. Con lenguaje sencillo nos aproxima a conocer la interacción entre arte rupestre representada en las Cuevas, Aleros y Paredones naturales y el entorno paisajístico que vivían las culturas nativas. El lector es invitado así a imaginar el posible significado de las manos pintadas en negativo y el uso del espacio territorial que se refleja en distintas escenas de arte rupestres de cacería de animales.
El aprovechamiento de las formaciones rocosas
Desde comienzos del Holoceno el arte rupestre de Río Pinturas utilizó como soportes de sus manifestaciones las paredes de cuevas y aleros de buen reparo, pero no los sectores oscuros o más recónditos de las cuevas. Sus representaciones más tempranas fueron pinturas, para las que buscaron soportes bien iluminados por la luz natural y que encuadraron en paneles altos –de 9 y 12 m de longitud por unos 3 m de altura- en forma tal de generar una máxima visibilidad y orientar la lectura del observador para que siguiera la topografía particular de la roca de la pared, usando grietas, oquedades y resaltes como si fueran parte de un paisaje natural, simulando cañadones, pampas, rinconadas…
Así cazadores y presas en esas representaciones más antiguas constituyen “escenas” distribuidas en un paisaje virtual; escenas que muestran las estrategias seguidas en la caza colectiva, por arreo de las presas y capturas por intercepción o por encierro (“cercos de caza”). Estas escenas son las que Gradin denominó en conjunto “grupo estilístico A” de la secuencia regional y que recientemente el autor de este trabajo subdividió en distintos estilos, con ubicaciones temporales distintas.
En las más tempranas de estas escenas las presas son guanacos y huemules, estos últimos representados en muy baja proporción, reproduciendo las proporciones reales de las presas consumidas, tal como lo muestran los registros de las excavaciones. Líneas de puntos continúan o anticipan la dirección seguida por las presas y/o los cazadores, simulando una primera representación de lo que serían sus huellas o rastros en el terreno y a estas se suman representaciones de proyectiles, lanzados hacia las presas. Como una práctica particular que completa estas escenas – y que perdura hasta mucho después de sus distintos estilos- es la de ejecutar numerosos “impactos” sobre la superficie del soporte a utilizar, antes de realizar las otras representaciones. Para ello se utilizaba algún cuero o piel embebido en pintura con el que se envolvía una bola de boleadora o una piedra redondeada, que era arrojada contra la pared dejando un impacto de contorno circular, no muy regular, que nunca se superpone o aparece debajo de otra figura, dejando entrever claramente que su ejecución es anterior a la realización de la escena. El color elegido para ejecutar estos “impactos” siempre era el mismo que el elegido para representar la escena. Estos impactos responderían a una posible práctica de “apropiarse” o “amansar” la superficie de la roca que iba a servir como paisaje virtual de la escena.
Los negativos de manos correspondientes a distintos individuos, edades y sexos, acompañan a las escenas desde sus comienzos. Pero también ocurren profusamente en el área como representaciones aisladas o como conjuntos independientes, tanto dentro de los sitios con escenas como también en otros numerosos abrigos rocosos del área. Es un signo con una extensa trayectoria temporal, conocido históricamente entre cazadores-recolectores de otras partes del mundo, que en Río Pinturas se utilizó entre los 9400 años AP hasta los primeros siglos de la era.
La imposición de la mano en la pared rocosa es una marca individual que refrenda la presencia de una determinada persona en un sitio de determinado lugar, algo que pudo ocurrir en distintas edades de un mismo individuo. El que tal o cual individuo de un grupo familiar hubiera dejado el negativo de su mano en la pared de determinado abrigo rocoso debió ser un hecho conocido por los miembros de su banda y de otras con las que esta interactuaba, de la gente que volvía recurrentemente a ocupar ese lugar. Operaba como una marca de identidad, una referencia a un individuo específico que establecía un nexo entre la persona y el sitio así como de esta persona con determinadas representaciones ejecutadas en el sitio.
En el avance del tiempo estas escenas primeras, que sólo las conocemos en Cueva de las Manos, se reducen en espacio y en el tamaño de las figuras, hasta mostrar verdaderas miniaturas circunscriptas al tema de las intercepciones o los “cercos de caza” y a una posible escena de danza (Cueva de las Manos). También, en ese entonces en el lapso entre 8000 y 7000 años AP- se incorporó la representación de otras presas como ñandúes y armadillos (“piches”) y Cueva de las Manos dejó de ser el único sitio con arte rupestre de la región del Pinturas, sumándose otras cuevas en el ecotono bosque-estepa cordillerano y en la estepa de la Altiplanicie central.
En esta apertura hacia otros sitios el arte rupestre ya no fue sólo un referente mnemónico de “lo que la caza era” –para la memoria social del grupo- sino también un marcador territorial para aquellos sitios emplazados en zonas de caza privilegiadas, con retorno previsto dentro de los circuitos de nomadismo estacional de las bandas de cazadores-recolectores de Río Pinturas. Es posible que esto haya surgido como una necesidad debida al incremento en la competencia territorial entre esas bandas. En este caso el arte rupestre habría servido como demarcación particular de esos sitios correspondientes a ciertos linajes o familias que tenían derechos reconocidos por otros grupos sobre ciertos lugares del paisaje, situación conocida para cazadores-recolectores de ambientes desérticos o semidesérticos de otros lugares del mundo.
Por Lic. Carlos A. Aschero para Observador Central
Instituto Superior de Estudios Sociales CONICET-CCT Tucumán e Instituto de Arqueología y Museo-Facultad de Ciencias Naturales, Universidad Nacional de Tucumán.