Lenguajes propios, rebeldía en contra de normas instituidas, mentalidades contradictorias y cambiantes, marcan e influyen en la forma que asumen los lazos y vínculos entre jóvenes y adultos. Entornos de amigos, familiares y educativos son determinantes en la imagen que tenemos los adultos y los organismos institucionales en la definición del riesgo. Sin embargo, en comunidades petroleras, la relación entre responsabilidades de los contextos urbanos y el acceso al dinero fácil, que también exponen al riesgo, dejan un interrogante para compartir ¿les reclamamos a los adolescentes responsabilidades que no podemos asumir los adultos?
(Año 1 /Edición Nro. 28 /12 de Enero 2015/Santa Cruz)
Vulnerabilidad Social: factores de riesgo y protección
La Organización Mundial de la Salud define una droga como “una sustancia (química o natural) que introducida en un organismo vivo por cualquier vía (inhalación, ingestión, intramuscular, endovenosa), es capaz de actuar sobre el sistema nervioso central, provocando una alteración física y/o psicológica, la experimentación de nuevas sensaciones o la modificación de un estado psíquico, es decir, capaz de cambiar el comportamiento de la persona”. Existen algunos estudios realizados por el Observatorio Argentino de Drogas, dependiente de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR), que arrojan como resultado que el consumo de sustancias psicoactivas, en la que el alcohol ocupa un lugar prevalente, es una práctica extendida en la población adolescente. El nivel de riesgo que supone esta práctica para la salud propia y ajena se vincula estrechamente con los diferentes modos y motivaciones que orientan al consumo.
Por una parte, se denomina factores de riesgo a aquellas características sociales, culturales e individuales que pueden incrementar las condiciones de vulnerabilidad de la persona para el consumo de drogas. Por ejemplo, en situación educativa, pueden ser factores de riesgo de tipo escolar, el bajo rendimiento académico, el bajo apego a la escuela, la conducta antisocial o el bajo nivel de integración a la vida escolar. Por otra parte, los factores de protección hacen referencia a los estímulos y situaciones originadas en el individuo, el grupo o el medio social que al estar presente en un específico periodo de la vida, determinan una menor vulnerabilidad en relación con el uso de drogas. De este modo, los factores de protección se vinculan a la autoestima, a habilidades sociales para la integración y para adaptarse a circunstancias cambiantes, aspiraciones de futuro y resiliencia. En el caso de la educación se constituye en factor de protección una escuela que presenta buenos estándares de calidad en exigencia académica y en normas de conducta, que brinda posibilidades para la implicación social, el cuidado y apoyo de profesores y un clima institucional positivo.
La familia y la sociedad en la vulnerabilidad
El ámbito familiar, principal ambiente de socialización de los adolescentes, se conforma como un espacio con capacidad de configurar personalidades y en este sentido, es un espacio en donde se desarrollan o promueven las capacidades personales y sociales de los individuos. La familia se configura como un factor de riesgo cuando en la misma se promueven actitudes de consumo de drogas legales o ilegales y más aún cuando el consumo se encuentra presente por parte de padres o adultos, cuando hay baja supervisión sobre los adolescentes, cuando la historia familiar incita conductas antisociales, alta conflictividad intrafamiliar, abuso físico o psíquico, y de bajas expectativas para los niños, en lo que hace a su desarrollo personal. Por el contrario, espacios familiares de contención, con estándares claros de conducta, con altas expectativas parentales hacia sus hijos y una dinámica familiar positiva, serán factores de protección frente el consumo de sustancias.
El entorno social juega un rol significativo de riesgo o de protección para las personas en general y para los adolescentes escolarizados en particular; más aún, el grupo de pares juega un rol importante, tanto si dicho grupo presenta niveles de consumo, como así también de qué manera se comportarían frente a una situación hipotética de este estilo. De este modo, el grupo de amigos es una instancia de socialización secundaria, que durante la adolescencia, adquiere un peso primordial en la conformación del individuo. Asimismo, la accesibilidad y la oferta de sustancias, que conjuntamente con los factores que determinan la demanda, explican la problemática del consumo de drogas. Se entiende que cuando la oferta es ilimitada y la accesibilidad resulta fácil, existe mayor probabilidad para que el consumo se haga efectivo.
¿Y en las escuelas? ¿Qué piensan y dicen los jóvenes?
¿De qué manera actúa la escuela en la prevención del consumo de sustancias y alcohol en la adolescencia? ¿Qué estrategias de enseñanza y aprendizaje involucra educar para la salud? ¿Cuál es el espacio que ofrece la institución educativa para trabajar en intervenciones reales para la adopción de estilos sanos y para actuar sobre factores del medio desfavorables como la dependencia? ¿Cuáles son las capacidades y formación de los actores educativos para encarar prácticas formativas hacia los educandos?
Basta con recordar que existe un esfuerzo casi policiaco para reducir el abandono y/o fracaso escolar, elevar los niveles de rendimiento y la adquisición de conocimientos y habilidades para alcanzar una relación saludable y provechosa con el entorno. En este contexto, la prevención del consumo de sustancias psicoactivas forma parte de un proyecto común de la comunidad educativa que, sin embargo, se debate en una batalla en pleno desarrollo. Trátese de una escuela pública o privada, nuestros jóvenes conviven con dos tendencias bien marcadas: una de ellas es el efectivo consumo de sustancias tóxicas y la otra, es el pedido de ‘auxilio’ hacia las generaciones adultas.
De este modo, en un estudio de investigación que se viene realizando desde la Universidad Nacional de la Patagonia Austral a partir del año 2012 sobre las perspectivas de los jóvenes próximos a egresar de la escuela secundaria de la Zona Norte de Santa Cruz, se puede observar que al preguntarles a los propios jóvenes qué cambiarían del presente de la juventud, en todos los casos, manifiestan “los comportamientos tóxicos”, representados en frases tales como: “buscaría más espacios y proyectos para que ocupen su tiempo en alguna actividad y no se droguen”; “cambiaría las drogas y el alcohol”; “que los jóvenes no se droguen”, etc.
Asimismo, puede observarse que si bien esto es un factor recurrente entre las expresiones de los jóvenes escolarizados de todas las localidades de Zona Norte, son las comunidades de Los Antiguos (30,9%), Pico Truncado (27,2%) y Puerto Deseado (23,4%), quienes tienen los porcentajes más elevados en torno a esta problemática. Mientras que en las restantes localidades, puede observarse lo siguiente: Las Heras (21,5%), Caleta Olivia (18,9%) y Perito Moreno (13,3%).
Más allá de la definición de vulnerabilidad y riesgo, los datos reflejan que estamos ante un contexto social con factores cada vez más crecientes que predisponen a los jóvenes a determinados comportamientos tóxicos. Hablar de jóvenes implica ir más allá de la cuestión generacional. Implica pensar en las instituciones de la vida social tales como la familia, la escuela y el Estado, que son quienes deben garantizar el desarrollo pleno y saludable de aquellos que representan “el futuro”. Si, ellos son el futuro. Pero también son el presente. Y es este presente que nos compete a todos que debemos cambiar; escuchando sus pedidos de ´auxilio´, y generando condiciones para desarrollar respuestas a sus demandas más inmediatas. No existe otra forma, u otra solución. Garantizar el presente es, a la vez, garantizar el futuro.
Y esto se hace partiendo de la premisa de que no es un problema exclusivo de la escuela, ni de la familia, ni del propio joven. Sino que es fundamentalmente un problema de contexto, al cual pocas veces nos animamos a exigirle responsabilidad, aquella que sí le demandamos a nuestros jóvenes y adolescentes.
Por Nerea Tinedo para Observador Central.