Año 7 / Edición XXXIX / Nacional / 20-09-2021 / ISSN 2422-7226
Con intervención del Equipo del Observador Central
En el año 1998, la Ley 10.671 instituyó el 16 de septiembre como el Día de los Derechos de los Estudiantes Secundarios, con la intención de poner en valor su rol como sujetos políticos. La elección del día carga con la historia de una de las acciones más obscenas cometidas por la última dictadura cívico-militar: el secuestro de diez estudiantes secundarios, militantes, de entre 16 y 18 años, durante el operativo policial que se denominó “La Noche de los Lápices”
Durante los años ’70, la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, era una de las ciudades universitaria más importante del país y epicentro del nacimiento y desarrollo de las más diversas organizaciones políticas. En ese momento, los y las estudiantes secundarios se agrupaban principalmente en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) -vinculada a Montoneros- y en la Juventud Guevarista -vinculada al Partido Revolucionario de los Trabajadores. También pertencían a la Federación Juvenil Comunista (FJC); la Juventud Socialista (JS); al Grupo de Estudiantes Socialistas Antiimperialistas (GESA); y a la Juventud Radical Revolucionaria (JRR).
La noche del 16 de septiembre de 1976, el grupo de tareas de la policía bonaerense liderada por Ramón Camps, realizó un operativo en el que secuestró a Claudia Falcone (16 años), Francisco López Muntaner (16 años), María Clara Ciocchini (18 años), Horacio Ungaro (17 años), Daniel Racero (18 años) y Claudio de Acha (18 años). Días después, continuaron la tarea. Gustavo Calotti (18 años) fue secuestrado el 8 de septiembre, Emilce Moler (17 años) y Patricia Miranda (17 años), el 17 de septiembre, Pablo Díaz (19 años), el 21 de septiembre.
De ellos solo cuatro sobrevivieron. Los y las demás jóvenes integran la siniestra lista de alrededor de 340 adolescentes de todo el país -de entre 13 y 18 años– que fueron secuestrados, detenidos, desaparecidos y asesinados.
Lo que se reclamaba en «La noche de los lápices» era un boleto estudiantil por eso las víctimas fueron en su mayoría estudiantes de la UES, de la ciudad de La Plata. Esta agrupación, junto a otras escuelas habían reclamado en 1975 ante el Ministerio de Obras Públicas, el otorgamiento del boleto de autobús con descuento estudiantil.
La madrugada en que el grupo de tareas llegó a la casa de Emilce Moler -hija de un policía y de una madre antiperonista- preguntaron por “la estudiante del Bellas Artes”. Al verla, pensaron que les habían pasado mal el dato. Emilce no pesaba ni 45 kilos y apareció con su pijama rosa y blanco. “Es una nena”, dijeron los represores. Se la llevaron igual.
Como la mayoría de los chicos secuestrados durante la «Noche de los Lápices», Emilce sufrió los tormentos en tres de los nuevos centros clandestinos conocidos y juzgados posteriormente como el Circuito Camps. Estuvo detenida-desaparecida en el Pozo de Arana, el Pozo de Quilmes y la Comisaría de Valentín Alsina, en Lanús. En enero de 1977 fue trasladada a la cárcel de Villa Devoto, salió a los diecinueve años con régimen de libertad vigilada.
Desde entonces y desde cada ámbito que habitó, continuó militando: desde su rol docente, como investigadora, como madre y como sobreviviente, dando su testimonio. Declaró en 1986, cuando condenaron, entre otros, a los principales genocidas de la Policía Bonaerense: Ramón Camps, Miguel Etchecolatz y Jorge Bergés, entre otros. Lo volvió a hacer en 2013, en el juicio que terminó con la condena y cárcel efectiva de veintitrés genocidas.
Este año dio vida a una nueva forma de militar y seguir testimoniando, su libro “La Larga noche de los lápices: Relatos de una sobreviviente”, donde narra aspectos sobre los que nunca había hablado.
Taty Almedia cumplió 90 años el pasado mes de junio. Tenía 25 años cuando secuestraron y desaparecieron a su hijo Alejandro, estudiante de medicina, militante del Ejército Revolucionario del Pueblo. Las últimas palabras que Taty escuchó de su hijo fueron “Esperame que ya vengo”. Fue un 17 de junio de 1975.
Taty nació en Buenos Aires pero su infancia la vivió en Mendoza. Su familia estaba compuesta en su mayoría por jerarcas militares: su papá, sus tíos, sus primos. Su padre era Teniente Coronel de Caballería, y ella, la más antiperonista de la familia.
Taty recuerda los abrazos de Alejandro que, entre risas, le decía “¡Ayyyy… a esta gorilita de mierda cómo la quiero!”, y rescata con orgullo el haber pasado más de la mitad de su vida militando. Sabe que Alejandro, desde algún rincón, está orgulloso de la transformación que hizo y que la convirtió en una de las referentes de las Madres de Plaza de Mayo.
«No hay que tenerle miedo a la palabra militancia. Militancia es compromiso, es compañerismo, es ocuparse del otro, como lo hicieron nuestros hijos, los 30.000, que eran militantes políticos. Después de un tiempo, cuando tomé conciencia de lo que pasaba, yo decía ‘cómo me voy a acercar a Madres, con el currículum que tengo, van a pensar que soy una espía. Pero gracias a Dios, me animé».
“Estoy orgullosa de haber parido a mis tres hijos, pero Alejandro parió a Taty Almeyda. Yo me siento parida por él, y yo sé que Alejandro, a raíz de mi militancia, desde algún rincón, muerto de risa, me dice ‘miren a la gorilita de mierda en lo que se convirtió'».
Fuentes: www.cultura.gob.ar / Portal digital «cronista»/ Portal digital «el destape»